domingo, 18 de septiembre de 2016

Ahi vamos de nuevo.. De nuevo...

Nos hemos quedado mirándonos, un poco incómodos, sin saber qué decir. Yo tengo tantas preguntas que quiero hacerte y no me atrevo. Vos tenes tanto miedo de que te las haga... Me calla el miedo de perderte.
Para ganar tiempo enciendo un cigarrillo, sonrío tontamente, hago un comentario estúpido. Por debajo de nuestras voces, inaudible, hay un diálogo que no tiene nada que ver con lo que nos estamos diciendo.
¿Qué pasó en realidad? ¿Por qué nos hemos convertido de pronto en estos dos extraños acartonados con ganas de ponerse a llorar? Porque yo tengo ganas de llorar... y vos te­nés los ojos vidriosos.
Nos incomoda la ropa, la hora, el lugar, nuestras propias historias divergentes, el encuentro a destiempo... o por lo menos en un tiempo que todavía no se ha cumplido para que podamos estar juntos siempre.
ESPERA.
Qué palabra horrible.
Que sinónimo horrible de agonía.
Repentinamente recuerdo todos los consejos que me han dado con buena voluntad algunos amigos.
"No lo presiones."
"Dejá que sea él el que decida."
"Dale tiempo."
"No le hables de..."
"No le digas que..."
"Que él encuentre en vos tranquilidad y un poco de alegría."
Conviene. No conviene.
¿Por qué tengo que hacer las cosas que convienen si no son las cosas que quiero hacer? ¿Por qué no puedo decirte lo que necesito decirte?
-Casi me jugué por vos... -murmurás.
Casi.
Ya sé, es la enfermedad llamada costumbre.
Casi.
Casi te jugaste por mí.
Mirás la hora en tu reloj, disimuladamente, haciéndote el que se acomoda el puño de la camisa.
Todavía no te atreves a decírmelo, pero yo entiendo.
¿Por qué entiendo?
¿Por qué siempre tengo que entenderlo todo? Nos ponemos de pie.
Me llevas a mi casa en tu auto.
Y me asombra no ponerme a gritar, a golpearte con bronca.
Me asombra mi silencio resignado.
No sé cómo empezar, cómo decirte que lo estuve pensando, que hace ya muchas noches que no puedo dormir y cuando el sueño por fin me vence, el sobresalto me despierta.
Miro tu pelo. Nadie va a acariciarlo.
Miro tus manos huérfanas.
Todo lo que crecía, lo que remontaba vuelo, volverá a tu contorno.
Serás un cuerpo bello debajo de la camisa, un cuello envuelto por la corbata, una firma al pie de las planillas, una conversación con los amigos después del club el viernes a la noche.
Serás un hombre como tantos hombres acelerando el auto para no llegar tarde a la oficina, tomando la pastilla antes de las comidas, organizando cuidadosamente su rutina.
Ya basta de cartas de amor escondidas en tu escritorio. Ya basta de bajar la ventanilla del coche, al despedirnos, para que yo te pregunte: "¿Me querés?" y vos me digas: "Siempre preguntando lo mismo." Y te sonrías: "Sí que te quiero, tonta."
No sé cómo empezar, cómo decirte que es más fuerte el dolor de compartirte que la alegría de tenerte.
Me ayudaste, te ayudé: nos usamos en el mejor sentido de la palabra.
-Estás furiosa.
-No, estoy asustada.
-Mejor seguimos hablando mañana...
-Mañana no. Digamos todo ahora.
-Estoy cansado. Estás cansada. Nos vamos a herir. No quiero seguir hablando ahora.
Chispas tus ojos. Y el brillo de una lágrima que no querés soltar, pero que está, que cae y llega hasta la comisura de tu boca.
Mientras vas caminando hacia la puerta siento que me vacío.
Todavía es invierno mientras vas caminando hacia la puerta.
¿Te olvidarás de mí? ¿Arreglarás las cosas? ¿Soportaré la soledad, mi mano que quiere
discar tu número y aprieta el puño y no?

¿Hice bien? ¿Debí darte un poco más de tiempo?
Me da rabia la salida fácil, la escapatoria.
Porque después de todo es una salida fácil esgrimir una predicción en vez de dar una respuesta valiente.
¿Y quién me dijo que los hombres son valientes?
Es invierno y han podado los árboles de la calle.
¿Llegará la primavera, echarán hojitas nue­vas, echaré yo hojitas nuevas alguna vez?...

No hay comentarios: