martes, 14 de mayo de 2019

Muchas mujeres, cuando les pregunto cuál es el motivo de su consulta, qué les está sucediendo, comienzan explicándome su conflicto de esta forma:

"María, yo tengo todo lo que se supone para ser feliz y sin embargo no me siento bien, estoy mal todo el tiempo, enojada, frustrada. Mis amigas me dicen que qué me pasa. Siento que estoy comenzando a deprimirme."
Y yo les pregunto:
"¿Qué es todo eso que tienes y se supone debe hacerte feliz?"
Y siempre me responden más o menos lo mismo:
"Bueno... una pareja linda, bueno, un hijo sano, una casa grande, mi coche, mi trabajo en el que gano muy bien..."
Y yo repregunto:
"¿Y quién te dijo que eso era lo que tú necesitabas para ser feliz?"
Y me responden:
"No sé... ¿no es eso lo que se supone se debe desear tener?"

Y yo respondo:
"¿Para quién? ¿Para tu abuela? ¿Para tu madre? ¿Para tus amigas? ¿Quién te hizo creer que hay una sola forma de sintonizar el bienestar? ¿Quién te engañó tanto con ese cuento de lograr ciertos objetivos para ser feliz?"
A ese manual que nos intentan vender una y otra vez yo le llamo EL MANUAL DEL ORTO. Es decir, crecemos creyendo que ser feliz es un estado que se obtiene como trofeo luego de conseguir ciertas metas y lo más aburrido es que esas metas suelen ser siempre más o menos las mismas: estudiar primaria, estudiar secundaria, estudiar terciario o universitario o montar un buen negocio, emparejarse, casarse, ofrecer un fiestón para los demás, comenzar a pagar la casa propia, tener un hijo, celebrar baby shower, celebrar nacimiento, celebrar primer año, contratar niñera para volver a trabajar, ascender en el trabajo, cambiar el coche, agrandar la casa, agregar piscina, volver a embarazarse, conseguir pagar la mejor colegiatura para el primer hijo, volver a celebrar baby shower, soportar las infidelidades, endeudarse para viajar al Caribe para "revivir el fuego de la pareja", adaptarse a las necesidades sexuales de la pareja, no engordar, no dejar que el culo se caiga, volver a parir, mantener las amistades aunque ya no me la pase tan bien con ellas, mantener las caretas frente a la familia, que mamá no se entere que mi matrimonio va de terror, menos mi suegra, hacer terapia de pareja para que el otro cambie, el otro no cambia, hacer meditación para tolerar al otro que no cambia, ir a la terapia del hijo mayor que no duerme y no se adapta al colegio, empezar a ahorrar para la fiesta de los quince años que le celebraremos en trece a la hija menor, celebrar los cinco años de casados como si nada hubiera pasado, tomarnos la foto feliz, comprar un nuevo home theatre, aceptar más trabajo para poder saldar las cuentas cada mes, endeudarse en un nuevo viaje porque hay que llevar los hijos a Disney, comprar toda clase de objeto que encuentre en ese bendito parque temático que demuestre que hemos ido a Disney y tomarnos muchas fotos para mostrar a los demás, volver en avión pensando cómo coño pagaremos tanta cuota, recibir un diagnóstico de fibromialgia, permitirme dejar de trabajar, buscar medicina alternativa, pretender que mi pareja también entienda "mi evolución", mi pareja no entiende ni mierda, frustrarme, enojarme con mi madre y mi padre y de paso con todo el puto árbol familiar que me mandaron a hacer, torturar a mi pareja para que haga su árbol también, mi pareja huye con la primer amante que encuentra, me enojo más, me duele más, encuentro un nuevo método, ahora me constelo y me calmo por dos o tres semanas, mi hija menor ahora tiene alergias, pelear con el padre porque quiere llevarla al tratamiento médico y yo quiero darle flores, seguir pretendiendo que mi pareja cambie, culparme por haber dejado mi trabajo, me siento inútil y vieja, celebrar los sesenta años de papá como si nada hubiera pasado, me duele más, llorar y llorar y llorar en la ducha hasta secarme, pelear hasta la madrugada por las cuotas de tarjeta de crédito que hay que pagar...

¿Sigo? ¿Hace falta que siga? ¿Se comprende que esta historia SIEMPRE termina mal?
Querida mujer: reconoce primero que te encajaron un manual que decía cómo vivir, cómo desear, con qué soñar... no culpes a nadie, a tus padres también se lo encajaron y a tus abuelos. Se llama sistema, un sistema diseñado para dar nuestros mejores años al consumo y la productividad.

TIRA ese manual del orto al carajo. No importa qué edad tengas, estás a tiempo de conocerte en esencia para saber de verdad qué es lo que TÚ necesitas para sintonizar tu propio bienestar, que es único. No necesitas esa fiesta, no necesitas una piscina más grande, no necesitas ese bolso ni ese viaje, ni ese máster ni ese ascenso laboral, ni ese préstamo, ni esa niñera ideal que tiene tu amiga, ni esa suegra comprensiva que tiene tu vecina, ni que cambie tu pareja, ni tu pueblo, ni que cambie el gobierno. Te necesitas a vos misma, necesitas amarte y dejar de pedirle al mundo que sea como quieres que sea. Necesitas hablar con la niña que fuiste, transmutar lo que dolió mucho, abrazarte fuerte, ser tu propia adulta, escribir tu propio manual y vivirlo TÚ, no heredárselo a nadie, los manuales no se heredan, los manuales se escriben, se viven y se CREMAN, sólo se heredan los ejemplos de coherencia emocional.

Te deseo desde el fondo de mi corazón que tires ese puto manual por la ventana, de verdad deseo que puedas hacerlo.
🙌💕

miércoles, 8 de mayo de 2019

Hay historias que son una travesía imposible de domar. Que tienen más olor a capricho que a amor de verdad. Uno se empecina y va seleccionando las partes que se le adecúan a un deseo que no va a ser satisfecho, sino maltratado. Castigado.
Memoria selectiva y poco digna.
Mentirosa.
Y sin embargo, ella apuesta a un número que no va a salir.
Sigue.
Pateándose la cara a sí misma, dejando el cuerpo y el alma en intentos que van a fracasar porque ya fracasaron antes. Entonces continúa con su lucha a sangre, sudor y lágrimas. Transpira la camiseta. Se obsesiona y se cree que es así. Que esa es la manera en que deben suceder las cosas cuando uno se enamora.
Las ves sacando cuentas de palabras que se dijeron y de las que se callaron.
Imaginando, en fantasías, lo que la realidad no puede darle.
Se vuelven demasiado y sospechosamente  buenas. Se ponen a disposición y hasta, a veces, las ves en venta sin precio.
Regaladas.
Se desgastan tanto, que un día no saben ni lo que tienen en frente cuando se miran los ojos al espejo.
Lo dan todo, porque creen que amar es dar para que el otro valore lo que tiene al lado.
Son psicólogas, financistas, amigas, madres, señoras, enfermeras, amigas y amantes.
Mudas.
No dejan sillas vacías. Salvo la propia.
Son historias que tienen más de guerra que de paz. Que dan dolor de estómago y nudos eternos en la garganta. Que corrompen la libertad al punto de vivir ojeando un llamado que no tiene sentido, más que lo que vale una nueva gota de esperanza a la negativa de lo evidente.
No es así.
Cuando alguien te quiere, todo se vuelve simple. Y te das cuenta que te quiere porque no te duele nada. El otro te valora porque te ama:  Porque te ama.
Dar no tiene nada que ver con entregarse.
A veces se trata de entender y nada más.
El amor, siempre siempre, sana. Todo lo demás es otra cosa.
Si se siente dolor.
Si se vive tachando cartuchos, probando cuál va a servir.
Si se llora en silencio.
Si se muere la autoestima.
Si una se esfuerza para ser reconocida. Mirada. Cuidada. Mimada. Admirada, Valorada.
Si se pierde una misma.
Entonces eso, se llama otra cosa.
Menos amor.