miércoles, 12 de diciembre de 2012



"No puedo convencerme"


Lo veo tan claro ahora, tan claro, que me avergüenza no haberlo descubierto antes.
Cuando abriste una distancia entre nosotros, cuando estableciste un silencio que solamente 
vos podías quebrar (porque yo no tenía los hilos; por primera vez en mi vida no manejaba los 
hilos y me dejaba llevar de la mano como una adolescente crédula y esperanzada), cuando me 
impusiste el olvido... no me lo estabas haciendo "a mí". No.
Se lo estabas haciendo a una mujer que enamoraste porque sí, porque se te dio la gana.
Y yo lloraba, y yo sufría, preguntándome por qué a mí, por qué, por qué.
Te acusaba de no haberte dado cuenta del miedo que me provocaba tu actitud.
Un miedo de animalito acorralado, golpeado muchas veces y muchas veces escapado sin 
rumbo.
No sé en qué recoveco del camino me encontraste, ni con qué ojos de asombro te miré, ni qué 
milagro de qué santo te inventé en las manos.
Pero en el arenal brotó una fuente, y al lado de la fuente creció una planta, y la planta dio una 
rosa.
Yo corté la rosa y su olor perfumó el mundo.
¿Pero cuánto duró?
No, no lo pensé, al cortarla.
Tal vez erróneamente creí que las rosas duraban para siempre, le inventé eternos pétalos y 
me la ofrecí a mí misma con candor de chiquilla.
Vos sabías, sin embargo, cuánto duran las rosas.
Sólo que no lo dijiste. No, yo no te pregunté, no tenías ninguna obligación de decirlo.
No juraste, no hiciste promesas, no me ofreciste nada.
Viviste con esplendor y con belleza un amor pequeñito.
Y ese esplendor me hizo pensar en siempre.
Y esa belleza me pareció sinónimo de eternidad, de profundidad.
Y ese amor pequeñito me pareció un gigante.
La culpa fue de mi soledad; necesitaba creer en alguien, necesitaba enamorarme.
¿Si no hubieras sido vos? ¿Me hubiera enamorado de otro, de todos modos? ¿O hubiera 
continuado buscando y buscando, hasta encontrarte, al fin?
No pienses que estoy haciéndote reproches. Oh, qué torpe, como si alguna vez pensaras algo 
de mi..., como si te importara esto que escribo, o esto, que bulle en mí como un océano...
Fue un amor muy pequeño y un olvido porfiado.
Fue un amor de juguete y un llanto desbordado.
Fue un amor pasajero en un tren detenido.
Fue un amor como un globo perdido en una plaza.
Eso, en la realidad. Pero cuando lo extraño, se convierte en un amor-alud, en un amor-viento 
que va encendiendo rosas en los campos, en un amor-río que deja peces de oro en sus 
márgenes, en un amor-verano que hace dulces las frutas.
Y te vuelve un ser cálido, un abrazo apretado, unas manos de sol, unas palabras tibias 
recorriéndome el cuerpo, un jardín invadiéndome.
Te vuelve mago, predicador, profeta. Hasta poeta te vuelve.
Y me imagino que escribiste para mí los versos de Benedetti:
"Es importante hacerlo
quiero que me relates
tu último optimismo
yo te ofrezco
mi última
confianza
aunque sea un trueque
mínimo
debemos cotejarnos
estás sola
estoy solo
por algo somos prójimos
la soledad también
puede ser
una llama."
Estoy sola. Estás solo. No puedo convencerme de que dos soledades no puedan formar, 
juntas, un amor perdurable.
No puedo convencerme de que lo nuestro terminé porque a vos se te terminan pronto los 
amores... y yo no fui distinta, fui otra, nada más.
No fui... ni siquiera yo misma, sino "otra más". Y de eso, de eso sí que no puedo ni quiero
convencerme.