sábado, 12 de abril de 2014

Finalmente, el tercer síntoma de la muerte de nuestros sueños es la paz. La vida pasa a ser una tarde de domingo, sin pedirnos cosas importantes y sin exigirnos más de lo que queremos dar. Creemos entonces que ya estamos maduros; abandonamos las fantasías de la infancia y conseguimos realizarnos personal y profesionalmente. Nos sorprendemos cuando alguien de nuestra edad dice que quiere todavía esto o aquello de la vida. Pero en verdad, en lo íntimo de nuestro corazón, sabemos que lo que ocurrió fue que renunciamos a luchar por nuestros sueños, a entablar el Buen Combate.
Cuando renunciamos a nuestro sueños y encontramos la paz, tenemos un pequeño período de tranquilidad. Pero los sueños muertos comienzan a pudrirse dentro de nosotros e infectan todo el ambiente en el que vivimos. Emepzamos a ser crueles con los que nos rodean y finalmente pasamos a dirigir esta crueldad contra nosotros mismos. Surgen las enfermedades y las psicosis. Lo que queríamos evitar en el combate – la decepción y la derrota – pasa a ser el único legado de nuestra cobardía. Y llega un bello día en que los sueños muertos y  podridos vuelven el aire tan difícil de respirar que pasamos a desear la muerte, la muerte que nos libre de nuestras certezas, de nuestras ocupaciones y de aquella terrible paz de las tardes de domingo.

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