Te odio, odio la mañana, el café, sin planes, sin ti y en ayunas, perdura tu aroma y lo odio. Envuelto en papel de colores, te envío bengalas, rencores.
Quizá recuerdes así que te odio, también tu sonrisa y la brisa arañando tu piel, y mi corazón ya de paso. Tanto, tanto, tanto, tanto lo odio.
Este viejo odio que hiela los jazmines, ama tu figura aborrecible. Y así, si te marchas, quedan los rencores para recordarme las razones: de por qué me eres imprescindible, de por qué te extraño aunque me olvides.
Te odio, odio tu belleza y a mí me odio al saberme tan lejos del viejo camino andado, rastreando hadas y cometas, la estrella prendida en tu pelo. Maldito lucero. Lo odio.
Odio odiarte tanto, saber que te encuentras perdido y la vida me impide encontrarte. Tanto, tanto, tanto, tanto te odio.
Soy tan feliz a tu lado que odio que ya no estés cerca, y empieza a cansarme este odio. Quizá si tuviera tus manos, pero te odio tanto, tanto, tanto, tanto...
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